Texto: “A éste miraré con
aprobación: al que es humilde y contrito de espíritu, y que
tiembla ante mi palabra” (Isa.66:2).
Los montes tiemblan ante la presencia de Dios, y pregunto:
¿quedarían nuestros corazones fríos y muertos al adorar? ¿Acaso
somos más insensibles que los montes? Cuéntase que un rey
prometió una gran recompensa al hombre que le trajera el mejor presente.
Vinieron al rey un médico, un filósofo, un poeta, un negociante y
un mendigo. El medico trajo un remedio para rejuvenecer; el poeta con una
cautivante poema; el filosofo con un libro de grandes misterios; el negociante
con una joya de gran precio, y el mendigo se acercó al rey de rodillas y
le dijo, no tengo nada digno que darte, me doy yo mismo a tu servicio. Bendito
son, pues, los pobres en espíritu que se dan ellos mismos a Dios. Es
tener tu mente de acuerdo a cada parte de la adoración. Sentado cuando
haya que estarlo, cantado al alabar, orando al orar, y oyendo la
predicación. Las bendiciones del cielo son para esos: “A los
hambrientos sació de bienes y a los ricos los despidió
vacíos” (Luc.1:53). Un corazón
reverente en la adoración a Dios se proporcionará a sí
mismo muchos bienes.