Texto: “El
primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al
sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro” (Juan 16:1).
Nuestra historia
empieza así: “El primer día de la semana”; o que el autor enfoca
su vista y la de sus lectores en la semana, y de la semana en un día
especifico, el primero. La semana tiene siete,
sin embargo ninguno de los otros son mencionados como este en
todo el NT, o que se le da un tratamiento especial al
primer día de la semana. Esto es, que
el lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y aun el mismo sábado no son mencionados con el brillo y honra para el pueblo Cristiano como el primero.
La semana terminaba el sábado o séptimo día, luego el primero
que es nuestro
Domingo. Y no es para menos, la vida del Nuevo Pacto,
que fue mucho antes profetizado, se inicia con este solemne y hermoso día.
Una lectura superficial del NT mostrará
que la vida, visión y esperanza de los Creyentes y por ende de la Iglesia fue radicalmente
transformada a partir de este día. Los discípulos
se habían escandalizado con
la muerte de Jesús, pero ahora con la resurrección volvieron a seguir el Cordero con un amor renovado, de entrega total e incondicional por el Evangelio: “Este es el día
que hizo Jehová”. ¿Qué sucedió
ese primer día de la semana? La resurrección del Señor Jesús.
Salta a la vista que
el amor es diligente, no descansa ni se atemoriza.
El interés de María por Jesús es
manifiesto, ya que tan pronto como se apercibió
que el día estaba al iniciar, vino al sepulcro. Como el velador
que aguarda con ardor que el día amanezca
para hacer lo planeado. En su caso es más
relevante, pues es normal que el sexo débil sea más temeroso, aun
así no tuvieron en cuenta la oscuridad, soledad y peligros para venir a la tumba, en especial con un muerto
tan controvertido entre el
pueblo. Vinieron a pagar el
último homenaje a su amado
Salvador. Téngase en cuenta,
que si entendiendo
que estaba muerto fueron tan interesadas, ¿cómo hubiese sido si
hubiesen sabido que había resucitado?
Así que, el amor es diligente,
no descansa ni
se atemoriza.
Nadie se sintió tan obligado y fervientemente agradecido como esta María. Recordemos que siete demonios
fueron sacados de ella por
el mandato de Cristo (Marc.16:9).
Ahora ella
es libre del poder del demonio,
y hace todo aquel que ha sido
librado así, amar a Jesús. La gratitud, cuando es sincera, produce un ferviente deseo
de retribuir el bien recibido. Y ante este
testimonio de María, nos humillamos, porque somos tan ingratos habiendo recibido el perdón de nuestros pecados. Como está escrito: “La fe que obra por
el amor” (Gal.5:6). La gratitud
es un fruto
obligado de la fe.
Amén