
Texto:
“En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban
mi alma” (Salmos 94:19).
Cuidamos nuestros cuerpos son como si fueran palacios. En ese palacio recibimos
muchos invitados, en el salón de la mente llegan pensamientos de justicia, fe,
paz, gozo, alegría, hay una sala especial para ellos. Pero es muy triste que en
una guerra el enemigo se introduzca hasta la sala para nuestros invitados
especiales. El salmista informa que los misiles y tanques de guerra del enemigo
entran hasta allí, oigamos decirlo: “En la multitud de mis pensamientos dentro
de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”; los enemigos han entrado hasta la
sala intima, la principal: “Dentro de mi”.
Es allí donde se da esta lucha intestina. El lugar donde se planifica y
ejecutan los más nobles proyectos. Nuestra propia tierra, dentro de nuestras
fronteras. No existe Creyente que no haya experimentado la amargura de estas
batallas, y que no le haya costado lagrimas y tristezas. Es cierto que el
pecado pudiera ser mantenido fuera con cierta facilidad, pero no será sacado de
nuestro ser interior sin amargos costos. Cuando los hijos de Israel salieron de
Egipto el enemigo estuvo detrás. Ya en la tierra prometida tuvieron muchas
batallas con el enemigo de frente, en ambos casos fuera, pero aquí no es por
detrás ni por delante, sino dentro del seno interior.
Caso de Pablo. Como dice el apóstol: “Cuando vinimos a Macedonia, ningún
reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera,
conflictos; de dentro, temores” (2Co.7:5). En aquella misma carta, y como si
fuera poco agrega una lista de sus adversidades, problemas y sufrimientos. Cita
nueve peligros, ocho sentimientos de dolor, y añade una de carácter
interno, nótese: “Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres
veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta
mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones,
peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en
trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en
frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada
día, la preocupación por todas las iglesias” (2Co.11:25-28). Tuvo una aflicción
interna, el cuidado por las Iglesias; buscar los perdidos, amonestar al
orgulloso, y consolar a los abatidos. Aquí fue su dolor. Los otros fueron
temporales, pero su angustia interna fue diaria. Nuestro Salvador predice a los
discípulos sobre su procedencia: “Los enemigos del hombre serán los de su casa”
(Mat.10:36). Esto es, dentro, o contra mí.
Son nuestros enemigos. Tristemente, quien tenga un conflicto así dentro
de su pecho no le faltarán enemigos. De los ataques que de fuera podemos huir,
zafarnos, aun escondernos, pero del enemigo interno, ¿quién podrá esconderse?
Donde quiera que vayamos lo llevamos consigo. Es malo tener que pelear contra
enemigos fuera de uno, pero es peor cuando el caso sea como el salmista:”Dentro
de mi”. Hablando metafóricamente, no tendrá necesidad de más problemas quien es
atribulado consigo mismo. No necesitará la ira del cielo, ni los problemas de
la tierra, ni los peligros del mar, ni la malicia del infierno, ya que sus
propios pensamientos estarían contra sí mismo.
Todos y cada uno de los que como tú entran a este mundo viene con algún tipo de
defecto. Los que no sufren de la cabeza, sufren de los pies; y si no tienen
defectos en el hígado sí en el corazón; sino en el frente, en la espaldas; sino
arriba, sufrirá más abajo. Sino en el pecho, entonces sufre del cerebro; en
algún sitio del cuerpo hay defectos. Dos cosas se oponen a la vida, las
enfermedades o el calendario. En algunos las dos. Vivimos en un mundo caído.
Quien no tiene defectos a la entrada, sí a la salida. No hay excepción. Y a
medida que pasan los siglos la situación empeora; somos testigos de como se
multiplica el pecado, y esto trae proliferación de enfermedades y defectos
congénitos. Antes los hombres tenían cientos de años, y ahora son escasos los
que alcanzan los ochenta. No obstante, por la misericordia de Dios hay una
generación de hombres y mujeres felices; estos son los justos o verdaderos
Creyente, en su muerte terminan con sus dolores y pasan a mejor vida. Oiga lo
que se le dice a ellos: "Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolos, sea Pedro, sea el mundo, sea la vida, sea la
muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de
Cristo, y Cristo de Dios" (1Co.3:22).
Amen.