
Texto:
"Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello
es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón..." (Eclesiastés
7:2-4).
El hombre sabio instruido por su experiencia en fe nos dice: Que las adversidades
son una necesaria y misericordiosa manera que el cielo emplea, para recuperar
los pecadores corrompidos por la prosperidad y retornarlos a Dios.
Los sentidos tienen como fin principal la preservación del cuerpo, pero no
siempre juzgan adecuadamente, y en lugar de hacer el bien, en ocasiones engañan
al individuo y nos llega el mal; otras veces están entrando el bien al alma,
pero como trae disgusto a la carne el bien es rechazado y somos dañados.
Difícilmente un niño juzgará como beneficioso una amarga medicina que curaría
su enfermedad.
Así que, el gusto y el olfato están incapacitados para siempre juzgar con
precisión lo que es saludable o perjudicial al cuerpo, mucho mas están los
sentidos incapacitados para saber lo que es útil al alma, en materia de
vida o muerte la consulta nunca debe ser hecha a los sentido del individuo, eso
seria una locura. La razón humana estaría siendo anulada, y la falacia de los
sentidos entronada, cuando la persona estima la prosperidad como su mayor
felicidad, y la aflicción es aborrecida como la peor calamidad: "Mejor es
ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de
todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón...". La
prosperidad estimula y fortifica las pasiones sensuales, las cuales son un
veneno para el alma.
La prosperidad desvía la mente de considerar las cosas que pertenecen a nuestra
paz eterna. En este estado los pensamientos son dejados en la superficialidad,
entiendas en solo ver los beneficios presentes de la abundancia, pero no ver
las consecuencias o el disgusto de Dios que ellas traen.
Ahora bien, en esto la medicina natural y la espiritual están de acuerdo, que
un extremo es curado por el otro. El Malo destruye engañosamente las almas de
los hombres con los placeres del pecado, y Dios los sana con el amargo de las
aflicciones, es el remedio más eficaz para curarlos.
La aflicción tiene el bendito efecto de volver al hombre sobre si mismo y le
cierra los oídos a los mágicos sonidos del mundo; entonces la verdad y la
conciencia que estuvieron amordazadas, son libradas y alzan sus voces que el
individuo no puede dejar de oír el terrible sonido de la culpa del pecado y la
locura en que habían caído.
Aun el más duro de los corazones no puede dejar de oír la conciencia
cuando habla. Hay un ejemplo bíblico que ilustra esta verdad de manera muy
clara: Balaam; empujado por la codicia o el amor a la prosperidad terrenal.
Este hombre se coloco en contra del mandato de Dios; y el Señor, para refrenar
su locura hizo que una burra le hablara, pero su codicia era tan grande
que no oyó y se puso a discutir con la burra: "Y viendo el asna el ángel
de Jehová, se echo debajo de Balaam...."(Num.22:27-34).
Luego le vemos haciendo declaraciones que solo una conciencia sensible puede
hacer: “Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya”
(Num.23:10); esto es, que no hay un hombre tan malo en extremo, tan animal, tan
bruto que no tenga un momento de cordura en el cual no desee la salvación de su
alma, aun Balaam la deseo.
Pero el proceso completo puede ser visto mas claro en el hijo pródigo (Luc.15:14-20), donde las diferentes etapas de este proceso
pueden ser notadas: La aflicción, (vs14-16); la conciencia se despierta y le
habla (v17); la resolución de volver a Dios
(vs18-20); así que, las aflicciones son una misericordia de Dios para traernos
a la salvación, porque tienen la virtud de desvanecer los oropeles de la
vanidad de este mundo.
Es como si un hombre comienza a encontrar que su esposa ya no le agrada, porque
el ha descubierto una joven rubia, hermosa y de atractiva apariencia, pero se
entera que esa rubia tiene SIDA, la desgracia de ella lo apartara de la posible
infidelidad; las adversidades nos hacen ver el mal del pecado y de lo inútil en
buscar la verdadera felicidad en este mundo, enfría el amor a la prosperidad
terrenal, nos hace pensar, considerar que la apariencia agradable de las cosas
no es suficiente para llamarlas un bien real, como dice el refrán: No
todo lo que brilla es oro.
Ahora, si consideramos las aflicciones con el buen propósito que tienen,
entonces podemos armonizarlas con nuestra voluntad y nos persuadirán con
paciencia y gratitud aceptarlas como un testimonio del favor peculiar de Dios.
Como declara nuestro Salvador: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo;
se, pues, celoso, y arrepiente" (Apoc.3:19).
Por el contrario, es signo de un desprecio total de Dios, cuando no somos
cruzados con adversidades: "Y saciare mi ira sobre ti, y se apartara de ti
mi celo, y descansare y no me enojare mas" (Ezq.16:42),
esto es, que a veces hay un final divorcio del Señor y deja los hombres a su
propia idolatría, los deja sin corrección. Después de esto se nos hace mucho
mas claro y entendible la paradójica declaración de Pablo: "Nos gloriamos
en las tribulaciones".
Amen.