Texto:
“Y he aquí, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo,
una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con
perfume Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los
pies de él con sus lágrimas”(Lucas 7:37-38).
El cuadro frente a nuestros ojos es maravilloso, y esto por dos razones. Por un
lado, que una mujer notoriamente conocida por ser pecadora, cuyo negocio fue la
perversión, y que por iniciativa propia busque del Salvador. Eso es extraordinario
en el sentido literal del término. Dice el refrán aves del mismo plumaje vuelan
juntas, pero he aquí está buscando volar con un santo, en cuya presencia el
sentido de culpa y vergüenza se aumentaría. Las manchas son más notorias donde
hay más luz. La voz del Evangelio es muy común, se oye donde quiera, pero su
poder es muy escaso. Hay millones de oidores, pero pocos convertidos. Esta
mujer es, pues, admirable.