Texto:
"Y se dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su
muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca" (Isaías
53:9).
Todas nuestras providencias adversas hallarían dulce consuelo si en ellas
pudiéramos ver el patrón de Jesús, cuya apariencia terrenal fue despreciable,
pero de ella Dios sacó la vida y la inmortalidad.
¿Cual fue su apariencia? Esta: "Y se dispuso con los impíos su
sepultura". Cualquiera hubiese pensado que el cuerpo de Jesús habría de
ser enterrado como los otros dos, y las circunstancias en aquel momento
apuntaba hacia eso, los cuales quizás fueron echados en una fosa y no se les
dio decente sepultura, pero con Cristo no fue así, aun cuando las
circunstancias presagiaban eso. En cambio Dios volvió Su tumba en gloria.
Así también debes tú, hermano cristiano, ver las cosas cuando las apariencias
sean adversas y prometen deshonra. Tu Dios y nuestro Dios las volverá en honra por amor a Cristo. No te detengas, pues, en
las apariencias, recuerda que Cristo sacó el mejor vino de "seis tinajas
de agua" (Jun.2:7). El hombre sabio agrega: "El que observa el viento
no sembrará, y el que se queda mirando las nubes no segará" (Ecle.11:4); esto es, que si miras siempre sobre las
apariencias de las cosas externas, el corazón será desalentado con el nublado
de la apariencia.
El modelo que se presenta delate de nuestro ojos de fe es descrito así:
"Aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca". Se ha de
enfatizar el modelo con dos palabras que aparecen en el verso: Maldad y engaño.
Maldad. Estas no fueron encontradas en El, nunca estuvieron en El. No manifestó
venganza, ni pasiones desordenadas, ni malos deseos hacia Sus matadores, porque
nunca intento librarse de ellos, ni reaccionar contra ellos. Dios debe ser
servido en proporción, El es espíritu y en Espíritu y verdad debe ser servido,
o que cuando el alma esta descompuesta no puede hacer la obra del Creador. El
Dios de paz debe ser obedecido con el alma en paz; como Cristo, quien nunca
exhibió ningún tipo de violencia. Los hijos del mundo son lo opuesto al
carácter manso de Cristo. Los que aprenden del lobo, muerden como ellos; los
del Cordero son mansos como ovejas. Sea esto de reflexión para aprender de
Cristo: "Nunca hizo maldad".
Engaño. Que Jesús pueda decir de uno como le dijo a Natanael:
"¡He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!"
(Jun.1:47). Los hijos de Cristo deben ser conocidos como fue conocido Jacob
desde su temprana edad: "Era bacón quieto que habitaba en tienda"
(Gen.25:27). Esto, es que seremos como Cristo cuando no hay engaño en nosotros,
el engaño en el corazón es descrito así: "Bienaventurado el hombre a quien
Jehová no atribuye iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño"
(Sal.32:2); el engaño es el fruto subsiguiente de una conciencia culpable. La
verdadera religión se caracteriza por imitar Aquel a quien adoramos. El ojo del
adorador aspira el adorado como patrón y ejemplo.
Por tanto, procuremos que nuestro juez sea la palabra de Dios y no
nuestro propio corazón, por que de ella es dicho: "Ella es viva y eficaz,
y mas penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y
el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón" (Hebr.4:12). Que ella
este entre tus pretensiones y tus sentimientos, que tus intentos no se
materialicen o no salgan de tu pecho hasta que la Palabra los apruebe. Por lo
general hay engaño en la boca, cuando los hombres disimulan la ventaja que
andan buscando.
Tu seguridad y garantía reside en ser una persona que ama la pureza de vida. Es
esto y no otra cosa lo que asegurara para esperar racionalmente en Dios. El
ejemplo de Jesús lo prueba, y capacita al Creyente a que pueda decir:
"Aunque el me matare, en el esperare" (Job 13:15). Entiende, pues,
que Dios voltea los propósitos de los impíos contra ti, aun cuando parezca que
ellos tienen todo debidamente asegurado.
Cuando los judíos hicieron todo lo posible para que Cristo fuese avergonzado,
entonces Dios mando dos ricos para honrarlo.
Ese es nuestro patrón de providencia: Cristo – Jesús.
Amen.