
Texto:
“Mas el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”
(Isaías 53:5).
La Biblia pone un énfasis especial y se deleita en proclamarlo, que Cristo cargó
la culpa de nuestros pecados o que llevó el castigo por nuestras faltas.
Jesús murió por nosotros y alejó de nosotros nuestras maldades, y varios
son los textos que anuncian esta verdad con especial deleite: “El mismo llevó
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero a fin de que nosotros, habiendo
muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas habéis sido
sanados... Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para quitar los pecados
de muchos... He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”
(1Ped.2:24;Heb.9:28; Jun.1:29).
El tomó nuestros pecados o que mediante la fe le entregamos nuestras
transgresiones y rebeliones para que tuviésemos Su justicia. Cristo hace un
intercambio con nosotros: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que fuésemos hechos justicia de Dios en el” (2Co.5:21); esto es,
que mediante este intercambio Dios Padre nos ha dado la pureza, bondad,
sabiduría y santidad de Jesucristo. ¡Que buen negocio: Dar nuestras miserias
para que nos den riquezas!
Todo lo malo, feo, vergonzoso y despreciable en el pecador lo toma Cristo para
Si mismo y morir por ellas. El es pecado en nosotros, y nosotros justicia en
El. Entiéndase por justicia el conjunto de cualidades que hace a una persona inocente
justa y buena.
En el Pacto de la Gracia todos los intercambios son así: “El Creyente sale
ganando y Cristo muriendo. El Hijo de Dios fue hecho el Hijo del hombre, para
que los hombres puedan venir a ser los hijos de Dios.” O que El toma nuestras miserias
y por la fe tomamos Su gloria. Nacido de mujer para que seamos hijos de Dios.
La única protección segura contra la ira de Dios es: Que Jesucristo murió por
nuestros pecados. La justicia divina es estricta e imparcial, el apóstol dice:
“Dios no perdono a los ángeles que pecaron” (2Ped.2:4); pero la mayor prueba de
esa verdad es dicha así: “No escatimó ni a su propio Hijo” (Ro.8:32).
No hay nada en los cielos ni en la tierra que pueda proteger eficazmente contra
la justa ira e indignación de Dios contra el pecador, sino solo y únicamente la
fe en la muerte del Hijo de Dios.
Es cierto que en ocasiones seremos tratados con el disgusto del Señor para
corregir nuestras desviaciones y desobediencia, pero solo será eso, disgusto
paternal, castigo de nuestro misericordioso Padre celestial, pero nunca ira
consumidora: ¡Bendito sea Dios por Jesucristo!
Así que: Preparémonos por medio de un probarnos a nosotros mismos para
proclamar y recordar la muerte del Señor Jesús hasta que El venga, y con fe
digamos una vez mas a nuestras necesitados corazones: “Mas el herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados.; el castigo de nuestra paz
fue sobre el, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Amen.