Consejos a un Joven Pastor


Más adelante, Pablo hace saber a Timoteo cómo emplear su tiempo con eficacia: “Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza” (1 Ti. 4:13). El apóstol señala tres aspectos del oficio: lectura, exhortación, y enseñanza. La lectura constante de la Palabra de Dios es esencial para conocer Su mente y voluntad en cualquier aspecto de la vida. Luego de conocerla, el oficio del maestro es exhortar a los hermanos a toda buena obra. Esta exhortación parece referirse al aspecto privado o personal, que abarcaría consejos y advertencias. Además, tenemos el aspecto público o doctrinal: la enseñanza. El ministro debe cavar en los tesoros de la teología con el fin de enriquecer a otros.

 

En el versículo 14 encontramos una precaución con relación a su don: “No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio”. Timoteo es exhortado a mejorar su don con diligencia y esfuerzo, no a despreciarlo. Además leemos (v. 15): “Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos”. Este versículo indica cómo el joven Timoteo había de perfeccionar su don.

 

Sería una perversión de la doctrina que alguno pretenda tener el don de la enseñanza y subir al púlpito siendo negligente de estudiar las Escrituras. Algunos defienden su descuido sacando de contexto las palabras del Señor Jesús: “Porque no son ustedes los que hablan, sino el Espíritu de su Padre que habla en ustedes” (Mt. 10:20). Pero esta promesa no se refiere al púlpito de la Iglesia, sino a una ocasión de persecución.

 

Un llamado para todo ministro


Notemos que 1 Timoteo 4:13 indica la labor privada del pastor (lectura) y la pública (exhortación y enseñanza). Básicamente, toda su existencia se paseará entre estudiar y enseñar a vivir. Lo encontraremos siempre estudiando o enseñando.

 

La palabra “ocúpate”, es lo mismo que decir “pon atención”, “sé aplicado”, “dedícate”, “entrégate”, “conságrate”. El pastor o líder de una iglesia local ha de ser un hombre de corazón celoso para estudiar la Biblia con seriedad y diligencia. En este pasaje el apóstol se refiere a la lectura de las Santas Escrituras, sin embargo, debemos recordar que el mismo Pablo fue un hombre de amplia cultura y conocimiento, que leía otros libros que le fueran de ayuda en su ministerio. Todo ministro de la Palabra ha de saber leer y entender lo que lee. 

Tener la sensibilidad de las circunstancias que le toque servir es una cualidad necesaria en todo aspirante al ministerio. Hay lugares donde las labores del púlpito son más arduas. No es lo mismo servir en la selva que en una ciudad donde abunden personas con títulos universitarios; en este último se demandaría mayor esfuerzo intelectual. Si el nivel académico del predicador es inferior al promedio de la congregación, sería difícil ganar el raciocinio y voluntad de sus oidores. Cuando se desprecia al maestro, suele ocurrir que se desprecien sus enseñanzas. El pastor está llamado a ser ejemplo en esto.

 

Es cierto que Dios ha usado (y sigue usando) a hombres de pocas letras para compartir las verdades del evangelio. Cual sea nuestro nivel intelectual, el Espíritu Santo es quien nos guía y quien transforma los corazones. Sin embargo, es importante reconocer cada día la responsabilidad de tenemos como ministros de su Palabra. Debemos escuchar el mandato de Dios y obedecerle:

 

“No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza. Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio. Reflexiona sobre estas cosas; dedícate a ellas, para que tu aprovechamiento sea evidente a todos”.  Amén.