Enfoquemos las palabras del hombre sabio: “Los gobernantes y el pueblo”, o que si trabajan en armonía, el bienestar vendría a ambos. Pero la triste realidad ha sido lo opuesto: los gobiernos tratan al pueblo como enemigo, y el pueblo le hace constante oposición. La percepción generalizada es que los gobiernos engañan de manera persistente a la ciudadanía. El intento de las recientes leyes inmorales en el mundo occidental así lo atestiguan. Pregunta: ¿Cómo resolver un mal que hasta parece endémico? El hombre sabio responde: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra”, esto es, que los justos o cristianos que es lo mismo, procuren por todo medio legítimo influir con el evangelio toda esfera de poder. Se infiere de la Palabra de Dios: No es posible disfrutar de justicia, progreso y seguridad sin la verdadera religión, o la aplicación de las virtudes cristianas. Como escribiera un patriota latinoamericano: “Dios, Patria y Libertad”.
Conviene, pues, que los cristianos participen en política y así influenciar con la verdad los estratos de poder, o que tratemos de ser gobierno, o buscar la manera que los justos sean elegidos a puestos de dominio, ya sea por elección o nombramiento. Estamos interesados en el carácter de los hombres que han de ser escogidos para gobernar. Nuestras naciones gimen bajo el peso de sus abundantes y terribles pecados. El papismo con su idolatría ha inundado todas las esferas del poder. Los tres poderes del estado están corrompidos.
Curando el mal
Ahora bien, para erradicar el mal hemos de evitar el error que nos inclina a buscar la cura de los males nacionales en segundas causas, sin considerar la fuente original de la maldad. Como dice el refrán del pueblo: El mal no está en las hojas, sino en la raíces. La única y perpetua manera del bienestar público es la virtud, o como algunos le llaman, sembrar valores morales, y no hay valores morales sin la influencia poderosa de nuestro glorioso evangelio. Como escribiera un santo del pasado: Sin virtud, nada puede ser poseído con seguridad, o disfrutado con propiedad. Cuando decimos virtud significamos el poder para amar y hacer el bien según la Gracia de Cristo. La libertad sin virtud degenera en libertinaje. La democracia es libertad, pero mire como en USA sacaron la verdadera religión en la interpretación de sus leyes y legalizaron la sodomía y el aborto. Tenemos, pues, una necesidad imperiosa de influenciar las fuentes de dominio público.
La profecía del Nuevo Testamento así lo enseña; nótese: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1). El remedio individual: “Persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras” (2 Ti. 3:14-15), y el remedio colectivo: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:1). Dicho con otras palabras, que si hay abundancia de pecado y corrupción, entonces que haya mucho más Biblia en la predicación. Leemos de nuevo: “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra”. Porque el bienestar de la nación será un efecto del evangelio influyendo sobre las mentes de los que gobiernan.
Un caso de influencia
Enfoquemos el consejo del profeta Daniel al rey, cuando lo nombraba a ser su primer ministro: “Por tanto, oh rey, que mi consejo te sea grato: pon fin a tus pecados haciendo justicia, y a tus iniquidades mostrando misericordia a los pobres; quizás sea prolongada tu prosperidad” (Dan. 4:27); esto es, que si la buena providencia te coloca en una posición de mando oficial, estas dos áreas son de suma importancia: “Pon fin a los pecados haciendo justicia”, o hacer brillar la justicia. Y lo otro sería: “Pon fin a las iniquidades mostrando misericordia a los pobres”. Influir para expandir las obras sociales del gobierno, o benevolencia. Justicia y caridad. Equidad y misericordia.
Una necesaria precaución
Enfocamos la sentencia divina: “Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6:24), esto es, que el mayor competidor del amor a Dios es el amor al dinero. El amor al dinero es como un tronco con tres ramas: Amor por honra terrenal o ego, placeres y plata, o lo que es lo mismo servir a los dólares. Pienso que vivimos en una generación donde el amor al dinero, al poder y la fama se han hecho epidémico. Si fue necesario que Pablo advirtiera a Timoteo del peligro del amor al dinero (1 Ti. 6), ¿cuánto más a nosotros? Hemos visto no pocos sucumbir ante este terrible encanto. Que tu motivación no sea simplemente que te elijan o seas nombrado como funcionario público, porque eso, si bien es cierto que es necesario, sería incompleto, porque el éxito lo da Dios, no la capacidad ni sabiduría del hombre. El agricultor pudiera ser objetivo y diligente en sembrar sus semillas, pero si no viene la luz de arriba y la lluvia del cielo, no tendría cosecha. El Señor Jesús lo encierra en esta sentencia: “…separados de Mí nada pueden hacer” (Jn. 15:5).
Por tanto, si aspiras a participar en política, ruégale a Dios que ponga en ti ese sentir, que lo confirme a tu corazón, y te enseñe a gloriarte solo en Cristo.