Es la luz que poseemos lo que nos aflige al ver la conducta nefanda de los malvados, ya que el santo es de alguien que desea la felicidad de todos los seres humanos, y sabe por fe lo que le espera a los incrédulos si no se arrepienten de sus malos caminos. Mire el cambio que produce el conocimiento: “Y él dijo: Entonces te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, de manera que les advierta a ellos, para que no vengan también a este lugar de tormento.” (Luc.16:27-28); un verdadero Creyente no debiera ser menos caritativo que un impío en el infierno. El santo sabe lo que costó a Cristo el pecado, no sólo lágrimas de agua, sino también grandes gotas de sangre.
Ha sido la práctica de todos los santos ser afligidos por el pecado ajeno: “Dad gloria a Jehová vuestro Dios, antes que él haga que se oscurezca; antes que vuestros pies tropiecen contra montañas tenebrosas y la luz que esperáis él os la vuelva densa oscuridad y la convierta en tinieblas. Pero si no escucháis esto, mi alma llorará en secreto a causa de vuestra soberbia. Mis ojos llorarán amargamente y derramarán lágrimas, porque el rebaño de Jehová es tomado cautivo” (Jer.13:16-17); el profeta primero los exhortó y si no hacían caso a su advertencia, entonces estaba dispuesto a llorar con lamento por su obstinación: “Mis ojos llorarán amargamente y derramarán lágrimas.” Este pasaje es una muestra de un fiel y verdadero ministro del Evangelio, de lo cual yo mismo al leerlo me siento avergonzado por mi infidelidad y falta de corazón pastoral. Si no nos dolemos por ver el impío pecar será por ignorancia espiritual e insensibilidad a los que han sido dados a nuestro cuidado. Otro ejemplo elocuente, nuestro Salvador Jesús: “Y mirándolos en derredor con enojo, dolorido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió, y su mano le fue restaurada” (Marc.3:5); ellos le ofendieron, pero tales ofensas no fueron causa de ira sino de dolor al ver la dureza de sus corazones. Tuvo compasión en lugar de pasión, lloró no sólo por Sus amigos, sino también por Sus enemigos. Otro caso: “Y cuando Jesús llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.” (Lc.19:41-42).
Cualquiera pensaría que tal santa sensibilidad está reservada sólo para aquellos extraordinarios casos; pero no, las Escrituras indican que esto ha de estar presente en todo verdadero hijo de Dios, porque es la forma de ser marcado con fines de preservación ante un inminente juicio: “Y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon una marca en la frente de los hombres que suspiran y gimen a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella” (Ezeq.9:4); El Señor divide los hombres de un dado lugar entre los que son Suyos y los que no; los primeros gimen por el pecado ajeno y los demás son incrédulos. Los Corintios fueron censurados por el apóstol porque no tuvieron este lamento por uno que había pecado entre ellos: “Vosotros estáis inflados de soberbia ¿No habría sido preferible llorar?” (1Co.5:2); se espera este corazón no sólo para santos como Lot, sino de todos. El texto encierra una nota de balance, y es que no necesariamente hay que producir lágrimas literales, puesto que Lot sólo se afligía, pero no dice que mojara sus ojos, lo que sí es común en todos es la posesión de un tierno corazón.
Llamo la atención sobre el caso Lot, quien fue un Creyente, no fuerte, sino débil: “Afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (2Pe.2:8); se afligía por el pecado ajeno, en la misma medida en que sus vecinos se hundían en codicia contra naturaleza; hubo fuego santo en el pecho del patriarca al ver el fuego demoníaco en los homosexuales. No fue mero disgusto al ver estos hombre entregados unos a otros en codicia bestial, sino una constante opresión que lo atormentaba. Vea, pues, que hay aflicciones liberadoras, y esta es una de esas, porque fue librado precisamente porque se dolía. Como alguien ha dicho: “Lot no fue un invitado en Sodoma, pero sí un hospedador de ángeles.”
Es amor al alma ajena. Todo quien ame a Dios tendrá también celo por su gloria. Justo es decir, que existe aquello de un falso celo. El falso por lo general tiene una motivación malvada, y no se duele por la persona ofensora ni busca su reforma, sino la vergüenza y destrucción ajena, y en algunos casos lo disfrazan de religión verdadera. El celo santo no sólo se duele al ver la culpa del prójimo, sino que también procura que el otro sea reformado en su conducta de vida: “Y dije: Dios mío, estoy avergonzado y afrentado como para levantar mi cara a ti, oh Dios mío; porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestras cabezas, y nuestra culpa ha crecido hasta los cielos. Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy hemos tenido gran culpabilidad, y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en mano de los reyes de otras tierras, a la espada, al cautiverio, al saqueo y a una vergüenza total, como en este día” (Esd.9:6-7); pero al leer en el próximo capítulo encontramos al profeta entregado a la reformación pública: “Ahora pues, haced confesión a Jehová, Dios de vuestros padres. Cumplid su voluntad, y apartaos de los pueblos de la tierra y de las mujeres extranjeras” (Esd.10:11). Es una gran bendición procurar el bien común, pues trae buenos frutos en uno: “Pues he aquí, el mismo hecho de que hayáis sido entristecidos según Dios, ¡cuánta diligencia ha producido en vosotros! ¡Qué disculpas, qué indignación, qué temor, qué ansiedad, qué celo y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto” (2Co.7:11). Hasta el día en que se lamentaron, la disciplina de la iglesia había sido despreciada, y el incesto entró en la congregación sin ser censurado. Tan pronto como se interesaron en la pureza de la iglesia, se ocuparon en rescatar al ofensor. Esto enseña: Que hasta que no haya celo santo por tu congregación, no te podrás lamentar por la salud espiritual de tu hermano.
El Señor requiere esto de nosotros, porque así nos mantiene el corazón más tierno y sensible para aborrecer el pecado, puesto que si uno lo detesta en otro, cuánto más en uno mismo, pero a su vez nos hace más cuidadosos del alma de uno mismo. Al leer sobre la historia de Lot, uno se pregunta cómo el patriarca no fue contaminado, y la respuesta está en el mismo texto que estamos estudiando: El aborrecer la impiedad ajena nos aleja de las tentaciones. Por eso: “Un verdadero Cristiano no puede andar por la calles de su propia ciudad ni de su país con los ojos secos, viendo tanto hombres hundidos en el vicio, unos drogadictos, borrachos, ladrones, políticos mentirosos, gobernantes demagogos, jueces corruptos, hombres sodomitas, doncellas lesbianas, maridos adúlteros, mujeres infieles, prostitutas, deportistas pervertidos, varones degenerados, personas inmorales; sería una dureza de corazón monstruosa no reaccionar cristianamente ante tanta barbarie.”
Clamemos como lo hacía Lutero: “Dios nos ayude.” Amén.