La providencia no es la regla para guiarnos ni es lo que nos permite distinguir entre el amor de Dios o Su disgusto. Lo que sí debemos hacer es examinar la providencia a la luz de Sus consejos. No es sabio poner hablar el consejo de nuestra imaginación o deseo. Y es precisamente ahí donde se cometen más fallos, cuando decimos que tal o cual providencia agradable es el cumplimiento de lo que se nos ha prometido. Si juzgamos solo por la providencia, caeríamos en error, y aun verdaderos creyentes no están exentos. Un caso muy conocido: “Sus ojos se les salen de gordura; logran con creces los antojos de su corazón… Ciertamente los has puesto en deslizaderos, y los harás caer en la decepción” (Sal. 73:7,18). Para Asaf este individuo parecía tener el favor de Dios, sin embargo era lo contrario. La providencia le decía una cosa, y cuando lo comparó con las Escrituras, el asunto resultó en algo muy diferente. Entonces la palabra final para juzgar o discernir nuestros hechos, pasados, presentes o futuros, no es la providencia, sino las Escrituras.
El caso de Jacob
El nombre Jesús significa Salvador. Si no hay problemas, adversidades y dificultades, entonces no hay salvación o liberación. Por tal razón, no debemos concluir que Dios no nos ama si nos topamos con muchas dificultades. Observe la promesa de Dios a Jacob: “He aquí que yo estoy contigo; yo te guardaré por dondequiera que vayas y te haré volver a esta tierra. No te abandonaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Gén. 28:15). Ahora considere su providencia: “Los mensajeros volvieron a Jacob, y dijeron: Fuimos a tu hermano Esaú. El también viene a recibirte acompañado de 400 hombres. Entonces Jacob tuvo mucho temor y se angustió” (Gén. 32:6-7). Ante este enorme obstáculo contra él y los suyos, Jacob volvió a Quien le había prometido, oró a Dios, y tuvo un final feliz: “El le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has contendido con Dios y con los hombres, y has prevalecido” (v28). Ante la enorme providencia contraria se resignó a la voluntad del Señor y venció.
El poder liberador de Cristo no hubiese sido conocido si Esaú no se hubiese levantado con 400 hombres contra Jacob. De aquí aprendemos que cuando te caiga una providencia adversa, que parece contraria a la promesa divina, y cuya solución está fuera de tu alcance y poder, entonces Su voluntad es que esperes, confíes y aguardes en Él, o lo que es lo mismo: echar tu corazón sobre Dios en Cristo. Su voluntad es que confíes en Su misericordia y poder, porque Su nombre es Salvador, y Su compasión es inmensa. Las providencias adversas tienen como objeto probar nuestra fe, y cuando Jacob se vio en medio de tan grande problema lo que hizo fue ejercer su fe en Dios, o que tuvo el debido discernimiento espiritual.
Arrepentimiento
No debemos generalizar el caso de Jacob y decir que todas las providencias adversas tienen como objeto darnos una gran liberación, sino que su llamado es a ejercer fe. Sin embargo, hay ocasiones que esa fe ha de ser ejercitada con arrepentimiento. Mire cómo lo dice el profeta: “La voz de Jehová clama a la ciudad, y el sabio mirará a tu nombre. Oíd la vara, y a quién la establece” (Miq. 6:9). Dios no habla a las ciudades con voz audible como habló con Moisés tal como un hombre con su compañero, sino que Su voz es el trato providencial con la sociedad, y en tal caso es afligirlo o aplicar vara para llamarlos al arrepentimiento.
Su dificultad
Aun esto que hemos dicho, también tenemos que decir que discernir la voluntad del Señor en la providencia no es asunto fácil, y esto por una sencilla razón: los pensamientos de Dios son excesivamente más altos que los nuestros, y muy diferentes a las expectativas de la mayoría de los hombres, incluidos los creyentes verdaderos. Un caso: “Jehová dijo a Samuel: Llena de aceite el cuerno y ve; yo te enviaré a Isaí, de Belén, porque de entre sus hijos me he provisto de un rey…Y aconteció que cuando ellos llegaron, él vio a Eliab y pensó: ¡Ciertamente su ungido está delante de Jehová!… Entonces Samuel preguntó a Isaí: ¿Son éstos todos los jóvenes? Y él respondió: Todavía queda el menor, pero he aquí que está apacentando las ovejas” (1Sam.16:1, 6,11).
El rey de Israel fue sacado de atrás de las ovejas. Samuel juzgó por la providencia agradable y escogió a Eliab, pero el seco, pequeño y sin valor fue el escogido por Dios para gobernar Su pueblo. Por tanto, no separes la providencia del mandamiento o la promesa del Señor, y si al compararlo con las Escrituras encuentras que el caso es dudoso, no claro, entonces tu próximo deber es orar a Dios que te revele Su voluntad en tal caso. Lo que no debes hacer es separarla de Su revelación.
Resolución del salmista
“Aunque he sido como un odre en medio del humo, no me he olvidado de tus leyes… Casi me han eliminado de la tierra, pero yo no he abandonado tus ordenanzas” (Sal.119:83,87). La providencia lo había abatido, dolido, afligido, sin embargo siguió obedeciendo.
La palabra final para juzgar o discernir nuestros hechos, pasados, presentes o futuros, no es la providencia, sino las Escrituras. Amén.