Leemos: “Jehová me poseía en el principio, Ya de antiguo, antes de sus obras… Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de día en día, Teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos de los hombres”, (Pr. 8:22, 30-31). El pasaje habla de la sabiduría, la cual es Cristo, y denota varios asuntos: que entre el Padre y Cristo había mutua complacencia. Que se deleitaban en salvar pecadores –“los hijos de los hombres”–. Que tal deleite no fue por los ángeles, ni el mundo, ni nada dentro del universo. Así que como uno deleita su mente con el manjar, para luego disfrutarlo aún más al comerlo, si hubo deleite en el plan de salvación, mucho más en la ejecución.
“He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió… y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Jn. 6:38, 10:28-30). Son uno en naturaleza, mucho más en voluntad. El corazón, poder y voluntad del Padre y del Hijo es uno solo. Nótese que cita dos asuntos a favor de los pecadores que salva: la voluntad del Padre, y Su poder. Y aún más, hay en Él dos excelentes ingredientes: más que deseoso de recibir a los pecadores, y que nadie puede arrebatarlos de Su mano. De manera que ellos no solo tienen a su favor dos personas comprometidas con su salvación, sino que además nadie es mayor que ellos. Todo poder en los Cielos y en la tierra asegura la salvación de los que son de la fe en Jesús.
Su diligencia en salvar fue tan notoria que desde muy temprano en su ministerio se le identificó como amigo de gente mala: “Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan… Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores… Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle… Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico… Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Lc. 7:29,34, 15:1,19:2). Los recibía, y aún recibe, con particular entusiasmo.
Por medio de parábolas y de manera explícita, Jesús proclamó su deleite en perdonar los pecadores que confían en Él: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lc. 10:20-21). No se regocijó por el éxito de sus ministerios, sino en que ellos mismos eran salvos, por la sencilla razón de que la voluntad del Padre y la Suya propia es perdonar pecadores.
En esto traeremos la profecía que dijo el Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento, y Su testimonio ahora en el Nuevo Pacto. Leemos: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente. (Jer. 31:34-36). Mientras haya sol y luna cada día, también la voz de Cristo saldrá a perdonar los pecadores que le vean como el Mesías. De ahí que mandase antes de ascender a predicar la paz de Dios a todo ser humano mientras se encuentre sobre este mundo. Si un rey, líder o gobernante es traicionado, quizás sea movido a perdonar, pero no pueden salvar; en cambio Jesús perdona y salva. El Espíritu testifica: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hch. 5:31-32).
Si somos de Cristo, se espera que seamos tan diligentes como Él en buscar a los perdidos. Tengo para decirte que lo que mantiene a los hombres y mujeres del mundo lejos de la salvación es que no conocen la mente y corazón del Señor Jesús. Si lo conocieran, de seguro que le entregarían sus corazones para que los salve. Jesús se alegra más en nosotros que nosotros en Él. Por eso se dice que predicar el Evangelio no es tan difícil, siempre y cuando la persona haya experimentado ese cambio que da Cristo Jesús, nuestro Hermoso Salvador. Por tanto, desde hoy mismo sal a testificarle a la gente del amor de Cristo por ti; no nos cansemos de enseñar cuál es el corazón de Cristo. Nuestros púlpitos no están diseñados para latigar, sino para proclamar el eterno mensaje, o un medio de gracia y salvación.
Por tanto, cuando te asalten dudas sobre tu salvación, ve a la Cruz y podrás leer este letrero divino: No dudes, porque nuestro Dios se deleita en salvar. Amén.