Algunos, por lo tanto, tendrán que afrontar una eternidad en el destierro. ¿Cómo podemos comprenderlo que se acarrean para sí dichas personas? Desde luego que no podemos formamos ninguna idea acertada del infierno, como tampoco podemos hacerlo del cielo, y sin duda es mejor que no podamos; pero quizá la noción más clara que podamos formarnos es la que se deriva de la contemplación de la cruz. En la cruz, Dios juzgó nuestros pecados en la persona de su Hijo, y Jesús soportó los resultados de la acción retributiva correspondiente a nuestro mal obrar. Contemplemos la cruz, por lo tanto, y veremos cómo será en definitiva la reacción judicial de Dios para con el pecado de la humanidad. ¿Cómo será? En una palabra, retiro del bien y anulación de sus efectos. En la cruz Jesús perdió todo el bien que tuvo antes: todo sentido de la presencia y el amor de Dios, todo sentido de bienestar físico, mental, y espiritual, todo disfrute de Dios y de las cosas creadas, todo lo agradable y reconfortante de las amistades, le fueron retirados, y en su lugar no quedó sino soledad, dolor, y un tremendo sentido de la malicia y la insensibilidad humanas, y el horror de una gran oscuridad espiritual. El dolor físico, si bien grande (porque la crucifixión sigue siendo la forma más cruel de ejecución judicial que el mundo haya conocido), era, no obstante, una parte pequeña de su agonía; los sufrimientos principales de Jesús fueron mentales y espirituales, y lo que estaba contenido en un lapso de menos de cuatrocientos minutos era en sí mismo una eternidad, como bien lo saben los que sufren mentalmente.