Recompensa de la Santificación


Dios a veces se agrada con nosotros sobre los términos de vida y muerte, para que podamos agradarnos a nosotros mismos en servirle. Es cierto que sólo mirar las recompensas de la piedad sería una bajeza, pues es poner lo espiritual al servicio de los deseos carnales, cuando debiera ser lo contrario. No se trata de eso, sino parte de los acuerdos de la Gracia salvífica.

 

   Resolviendo la duda. Enfoquemos este texto: “Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Ro 8:13). Se promete recompensar la obediencia. La duda en el caso presente se levanta por un error sobre los términos de la recompensa, pues la vida prometida aquí es el ver, amar, disfrutar, adorar y alabar a Dios, Dios mismo como la porción del Creyente.

 

Pregunta: ¿Es una falta tener este propósito?

 

De seguro que no, la objeción es válida para aquellos que esperan un cielo carnal tal como los judíos aguardaban un Mesías carnal. Ahora bien, el versículo y lo aquí expuesto es un asunto de fe, y por tanto no puede ser el combustible de la hipocresía. Quienes buscan el agrado de la carne, no pueden mortificar sus deseos por amor a Dios; más tarde o más temprano manifestarán su simulación o fingimiento. Nuestro ser se puede expresar de tres maneras: El corazón habla por los pensamientos. Los pensamientos hablan por la boca. El cuerpo habla por los hechos; los hipócritas no pueden permanecer ocultos en una sociedad espiritual.

 

Forma y fondo. De todos modos, debemos distinguir entre la razón de una forma, y la razón de un motivo. Primero amamos a Dios por sus beneficios y esos beneficios actúan como motivos para aumentar el amor; pero después lo amamos por sus excelencias. Nos hemos acercado al Señor porque él es bueno, misericordioso; confesamos y nos apartamos de nuestros pecados porque El nos ofrece perdón: “En ti hay perdón para que seas reverenciado” (Sal.130:4). Aprovechamos el perdón y luego vendrá lo más noble y virtuoso, el ser reverentes. Mientras más se aborrezca el pecado, más vida espiritual tendremos, más conoceremos a Dios, más disfrutaremos de Él y más odiaremos el mal.  Es pues, muy conveniente hacer uso de esta promesa. Y Pablo lo dice en otro lugar con estas palabras: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ga.6:14); su gloria fue la bondad de Dios en Cristo, o ser beneficiado con la cruz.

 

Un hombre carnal piensa que si se entrega a este curso de existencia, no podrá disfrutar más ningún momento de alegría. Ahora bien, cuando la carne pinta la vida espiritual en blanco y negro, a lo sumo en gris claro, es bueno reflexionar sobre la gloriosa vida que se nos ofrece; los hermosos colores de esta creación se harán como blanco y negro frente a los sublimes excelentes y gloriosos perfumados colores de la vida celestial.  La vida en Cristo es diferente a las fiestas terrenales, pues en el Señor "el buen vino es para el final" (Jn.2:10). Satanás pone las mejores comodidades al principio, pero lo peor viene después. Cristo nos disciplina los primeros años, como hacen los padres con sus hijos, pero después las cosas vienen mejor, herederos de todos sus tesoros. Cuando venga la hora de la muerte experimentarás que no te dolerás haber rehusado agradar la carne y el pecado; por tanto, no consideres solamente el presente, sino lo que será al final:  “Porque la tristeza, que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse” (2Co.7:10) Muchos se han lamentado de su alegría carnal, pero nunca de su tristeza piadosa. Así que, es muy conveniente que consideremos la recompensa para ser estimulados a la mortificación.

 

La excelencia de esta vida sobre todas las otras vidas puede ser vista por simple comparación de la vida natural con la espiritual.

 

   La vida natural: La vida eterna es mucho más gloriosa por la duración, es para siempre jamás; allá nuestros años no tendrán fin.  Allí viviremos con Dios, quien es todo en todo para nosotros:”Dios para Israel” (1Cro.17:24); como si Dios se hubiese hecho Dios “para” Sus redimidos. Tendremos cuerpo y alma gloriosa, incorruptible; la vida presente es la vida de nuestras manos, porque con mucho trabajo y esfuerzo conseguimos las provisiones necesarias para el sustento; el contentamiento presente es muy bajo en comparación con el celestial; dice el resumen de esta vida: "Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios" (2Co.6:13). Aquí nos cansamos, pero allá no. Aquí la vida es muerte desde el nacimiento; allá es vida desde el mismo día del comienzo, el día de la eternidad.

 

   La vida espiritual: La natural es buena, y la otra es bendita y perfecta. Mire usted como es la piadosa en esta vida, y conste que la  espiritual es la más excelente de todas las vidas que pueden ser conocidas en este mundo, oiga la sentencia divina: "Los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2Ti.3:12); aunque todas las heridas son curadas, las postillas permanecen, y si no las postillas la cicatriz que afea la piel. En cambio lo que dice de la vida gloriosa: "Como está escrito: Cosas que ojo no vio ni oído oyó, que ni han surgido en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman" (1Co.2:9). Cuando Cristo ascendió a los cielos envió Su Santo Espíritu para que nos llevara a donde Cristo está, y la gran preparación para ese bendito estado es por la mortificación de la carne con sus pasiones y deseos, o lo que es lo mismo la santificación de vida.  Mientras más rápido es este hecho, más conocidos y preparados estaremos. Por tanto, este motivo es suficiente y muy poderoso. Otro versículo que indica el poder de la recompensa sobre la obediencia. Enfocamos: “Por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente” (1Ti.4:10). Pablo no rehusó una obediencia sufrida, porque esperaba la recompensa en Gracia. No por méritos propios, sino de pura Gracia.

 

Conclusión: Procuremos traer a menudo a nuestra memoria pensamientos del mundo prometido. “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1Pe.2:11). Para tu felicidad no necesitas las ollas de carne de Egipto, recuerda que tus pasos por este desierto indican estás yendo a una tierra que fluye leche y miel. Por tanto, cuando los enemigos del pecado quieran montarse contigo en el carro que te conduce del mundo a la gloria, a sus primeros intentos en abordarte le dirás como el profeta: "Las apartarás como trapo asqueroso (o trapo de mujer menstruosa). ¡Sal fuera! les dirás" (Isa.30:22). El pecado debe ser aborrecido, desde su primer comienzo, y eso por esta sencilla razón: Porque amamos la vida y aborrecemos la muerte. Amén.